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Te busqué desesperadamente

Te busqué desesperadamente. Te llamé desde lo más profundo de mis entrañas, pero no te encontraba. Sabía de tu existencia porque te veía en otros, te reconocía, pero no te encontraba.

Viví encerrada en mis pensamientos durante mucho tiempo, en una realidad creada para enredarme una y otra vez lo que no hacía otra cosa que aumentar la distancia entre tú y yo.

La casualidad quiso que un encuentro con una amiga, terminase por abrir luz. Era una luz tenue que no iluminaba demasiado pero marcó el primer paso.

Aprendí con ella lo más básico de la práctica de Mindfulness, y quise confiar en que mi trabajo de entrenamiento le daría potencia a esa luz.

No fue fácil, ni mucho menos rápido. Fue sembrar y confiar, un trabajo de jardinería ornamental, de espera, de paciencia. Fue un tiempo de trabajo y perseverancia intensos, sin foco en los resultados. Cultivé paciencia, voluntad y resiliencia.

Desde aquel consejo que me dio un buen profesor en mis prácticas de Magisterio: “mi trabajo en el aula consistiría en estar atenta y observar» (Aprovecho para agradecer el consejo, fue revelador. Fue una grieta por la que entró luz a borbotones)

Fue un consejo que me permitió, aún sin experiencia, tímidamente, conducirme dando pasos firmes… Desde entonces mi cultivo estuvo atendido, pero era un trabajo hacia los demás, hacia fuera. Porque estaba atendiendo siempre a los otros.

El encuentro con mi amiga me enseñó a trabajar desde dentro. Aprender a cerrar los ojos y observarme. Siguiendo sus indicaciones llevo la atención a mi respiración y empiezo a observarla.

1.-Fue cuestión de poco tiempo que aparecieses

Allí estabas, dentro, conmigo, todo este tiempo. Mi paz, tan buscada, estabas en mí… ¿Por qué tardé tanto en encontrarte? ¿Cómo puedes estar sin asomar en absoluto durante tanto tiempo?

Comencé a establecer mi hora para practicar esto y en poco tiempo era un hábito, lo vivía como un encuentro conmigo, desplegando, con voluntad, esa rutina.
Mis latidos se acoplaron a la práctica dándome la bienvenida.

2.-Me afianzo en la meditación. Era un encuentro a cuatro:

  • mi intención de practicar,
  • mi respiración,
  • mis latidos y,
  • envueltos en un lazo que nos unía, el silencio.

Me sentía atraída por la sensación de paz por lo que volvía una y otra vez, ávida, para sentirme aliviada.

Esta práctica me llevaba siempre a tener sensación de calma, por eso despertó mi curiosidad. Tenía que descubrir más, así que seguí buscando.

Después de entrar en contacto con la formación en grupo, en un curso de MBSR, advierto en la práctica compartida un efecto balsámico. Fue un poco más adelante, cuando movida por la curiosidad, sigo buscando, profundizando y mi formación avanza. En el MBSR Foundations, el avance fue un auténtico festival de presencia y consciencia.

El silencio compartido abre un mundo de delicadeza, ante mí, del que disfruto cada día, en pequeñas porciones. Tiene una transición de vuelta a la vida delicada, amable, que le da una continuidad hacia el trato con los demás, que era una necesidad en mí.

Me había acostumbrado a la dureza y mi comunicación era áspera, una manifestación más de la vida inconsciente que llevaba dentro. y más áspera aún la convivencia que me acompañó durante muchos años, con personalidades de una dureza y nivel de exigencia extralimitado.

Entendí bien que era capital crear ese espacio de calma que te permite comunicarte desde ahí precisamente. Entrar en contacto con el suave tacto de la amabilidad en el trato, en la comunicación con los demás, y en mi propio pensamiento. Abrió un abanico de posibilidades infinito.

3.-La práctica informal

La práctica formal es un tesoro pero fue en la informal donde encontré la ruta para incorporar ese “darme cuenta” cuando estás en compañía, esa presencia en lo mío y en lo tuyo, en mi sensación, en tu tono, en la escucha de ti, en la escucha de mí.

Ese toque de presencia cuando hablas, ese toque de presencia cuando escuchas, te procura una distancia, un espacio, que aunque es de tiempo, lo sientes como un lugar donde recolocar lo que aparece en ti, en mí, lo que piensas y si tienes que responder, cómo has de hacerlo.

El mimo y el cuidado al elegir las palabras, sin incluir segundas intenciones, sin juicios, desnuda la intención de escuchar, desnuda la intención de  comunicar… y simplemente volver a mecer mi conciencia en la respiración mientras te miro, mientras te escucho, mientras te leo, mientras te escribo.

4.-Y descubrir que siempre el silencio:

Descubrir que nada sobra, que nada falta, que aunque vayas y vengas mil veces de tu sensación a tu pensamiento y de ahí a tu ancla, es la llave para salir de la práctica renovada, sin ruido ni malas sensaciones. Te limpia, te renueva y quita el peso de creer que fallas… Te busqué desesperadamente… Infatigablemente…

 

Comprobar, a fuerza de observar, de dónde viene y cuándo ese nudo en el estómago y quedarme frente a frente siguiéndolo. Trasladarle mi mirada para ver y llevar hasta él, el torrente inflado de mi respiración, como un fol de una gaita que permite entrar y salir el aire consiguiendo que nada permanezca estático, que a fuerza de llenarse y vaciarse, todo se  diluya. Sensación, pensamiento, emoción…

Permanecer atenta, seguir observando, a la causa primera. Llegar a ver, sin apretar, conocer, saber… Nada que cambiar, solo observar y crear espacios. Vacíos, silencios…

Queda trabajo para siempre. El objetivo es claro y, aunque nadie dijo que vaya a ser fácil, hay tiempo, hay cancha.
Es siembra y cultivo, es riego y mantenimiento, es hogar a donde volver…  Te busqué desesperadamente y, al fin, te encontré.
Rehabilitando mi ser… Habitando y transitando mi vida… Siempre, el tiempo…

 

 

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